Canción de Padre e Hija I

26 sept 2013

Título: Cosas de padre e hija
Autores: Ty y Oby
Pareja: Oberyn/Tyene
Rating: MA
Partes: 1
Resumen: En una noche de tormenta, Tyene busca calor entre los brazos de su padre


COSAS DE PADRE E HIJA (I)

El sonido del trueno, unido al de la tromba de agua, despertó a Tyene con un sobresalto. Enseguida sintió miedo. No le gustaban las tormentas. En Dorne eran un fenómeno extraño, y de niña le daban miedo.

Se acurrucó en la cama, intentando volver a dormirse. Sentía algo de frio, estaba nerviosa... y sola. Aquella noche no se había llevado a ningún amante a calentarle la cama. Se había celebrado un gran banquete en honor a una embajada de las ciudades libres. Tyene había asistido, hermosa y adorable, como siempre. No le habían faltado pretendientes. Pero ella no quería a un caballero dorniense ni a un embajador de tierras lejanas. Ella quería a un príncipe. Su príncipe. El príncipe de Dorne.

Esbozó una leve sonrisa al recordar la primera vez que su padre le había puesto las manos encima. Fue poco después de que le viniera su primera sangre. La primera vez que experimentó deseo. Y el primer hombre al que deseó fue al que más amaba.

Oberyn fue galante con ella. Cuidadoso y tierno. La besó con dulzura, la calmó con palabras tiernas mientras desabrochaba su vestido, se aseguró de que estuviese lista. Él era grande, ella a su lado era y seguía siendo pequeña, estrecha, una niña. Pero entre sus brazos, bajo su peso, con sus manos acariciándola y sus labios recorriendo su piel no tardó en olvidar el dolor y rendirse a un placer que jamás había sentido.

Aquella fue la primera vez, pero no la última. Habían seguido viéndose en secreto. Su padre la había convertido en su amante, le había enseñado todo cuanto se podía hacer entre las piernas de un hombre. Ella lo adoraba, lo amaba, y sabía que era correspondida. Sabía que con él estaba segura.

Se deslizó fuera de la cama, abrazándose a sí misma para intentar guardar el calor. Salió de su habitación y recorrió descalza, tiritando, el camino hacia los aposentos de la Víbora. Su padre era fuerte, cálido y dulce. Con él estaría bien.

///------///

Hacía tiempo que Ellaria fue asesinada por un capricho del príncipe Joffrey. Aquella noche, Oberyn no había querido llevarse a nadie a la cama. Bebía una copa de vino, apoyado en su balcón, con el torso desnudo. Adoraba las tormentas. Con cada relámpago las cicatrices de su cuerpo se iluminaban.

Notó que alguien le observaba. Cuando se giró, allí estaba ella. Tan distinta físicamente. Tan parecida en su forma de ser. Su hija. Su tierna hija. Sus cabellos rubios, sus pechos recién desarrollados, su mirada de víbora era lo único que había heredado de él, y le daba un aire... Exótico. Se acercó a ella tras terminarse su copa. Sabía lo que iba a pasar. Y no le preocupaba. La abrazó con ánimo protector.

-¿Qué te ocurre, hija?

Al abrazarla empezó a sentir calor y a notar el deseo, pero cumpliría como padre antes de dar rienda suelta a su pasión. Acarició su rostro mientras le apartaba un mechón de pelo. Le ofrecería la protección de sus brazos y, cuando no le hiciese falta, el calor de su cama.

- Es... la tormenta - suspiró la joven al perderse entre sus brazos, cálidos y protectores - hace frio y... tengo miedo.

Escondió la cara en el pecho de su padre y saboreó su aroma. Olía al vino que había estado tomando, a arena y a lluvia. Había estado bebiendo en el balcón, lo hubiese sabido aunque no lo hubiese visto. Le gustaba hacer eso, solía salir a disfrutar de una copa de vino mientras la observaba dormir desnuda.
Le dio un tierno beso, recogiendo algunas gotitas de agua de su pecho. Quería y necesitaba a su padre... y a su amante. Y sabía que él la necesitaba a ella.

El corazón del príncipe dio un vuelco al sentir los suaves y húmedos labios de su hija. Siempre ocurría. Su aliento era cálido, agradable. Su boca era algo que deseaba, así como su cuerpo. Le bajó la parte de los hombros del vestido, cayendo este al suelo y dejando ver su esbelto cuerpo desnudo, sus preciosos, firmes pechos. Su piel era suave y cálida, sus nalgas, firmes, su sexo empezaba a humedecerse.

Tyene no pudo evitar emitir un pequeño jadeo cuando sintió la tela deslizándose hacia el suelo. Saberse desnuda tiñó sus mejillas con un leve sonrojo que acentuaba su inocente, a pesar de que llevaba tiempo deslizándose entre las piernas de su padre. No podía evitar ese aire virginal. Entre los brazos de Oberyn se sentía como una niña inexperta, una virgen descubriendo el sexo de manos del mejor de los amantes. Su cuerpo reaccionaba sólo con sentirle cerca, como si el mero recuerdo de las sensaciones que le producían sus caricias y besos bastara para humedecerla.
Oberyn siguió el beso mientras la tumbaba en la cama con delicadeza. Al principio siempre la trataba como si fuera a romperse. Continuó besándola y llevando su boca a sus zonas erógenas, como el lóbulo de la oreja, el cuello o los pezones. Besaba, lamía y mordía con suavidad, lo justo para que ella lo notara y se humedeciera más, mientras pasaba los dedos por su clítoris para estimularlo, con suavidad, pues quería alargarlo. Sabía que eso la volvía loca, cuanto más tardase en ir en serio, más lo disfrutarían después. Se humedecía por momentos, pero aguantaría sin tomarla un rato más. Quería que se encabritara como solía hacer, porque en esas ocasiones era cuando todo Lanza del Sol parecía temblar.
La estimulaba, oía los latidos de su corazón, sus jadeos, y cuando la miraba a la cara veía su hermoso y angelical rostro.

"No hay mujer más bella que la que se entrega al placer... Y ninguna se entrega como ella" pensó.

Tyene suspiró contra sus labios al sentir la cama bajo ella. Eran cálidos y tiernos, y le pertenecían sólo a ella. Desde lo de Ellaria, Tyene sabía que su padre le pertenecía.

Su respiración se volvió errática en cuanto su padre empezó a explorarla con suavidad. Le encantaba hacerlo, sabía que la volvía loca. La mimaba, la acariciaba, la excitaba como si fuese un objeto delicado, una virgen dulce y tierna... hasta que conseguía enloquecerla y la transformaba en una furcia hambrienta.

Estaba jugando con ella, lo sabía. Sabía que podía revelarse, que podía empujarle con suavidad y tomarle... pero no quería. No podía. Era su niña, su muñeca, su ángel. No podía negarse a sus caricias. Sólo podía gemir y mirarle suplicante, rogándole que la hiciera suya.

Oberyn esbozó una sonrisa tierna y juguetona. Estaba húmeda, muy húmeda. Deslizó los dedos en su interior con suavidad, como si temiera romperla. Sabía que en cualquier momento ella se revelaría y le quitaría los pantalones, pero hasta que ese momento llegara, disfrutaría jugando con su excitación. Cada vez que le metía los dedos anular y corazón notaba que la temperatura dentro de ella aumentaba. Eso le volvía loco, solo de pensar en tomarla... pero no, tenía que resistirse.

Decidió dejar de usar la mano. La besó en la boca, por el cuello, bajando por sus hermosos pechos, su bonito vientre, hasta llegar a su sexo, y, una vez allí, besó y estimuló el clítoris con la lengua. Oía los jadeos y suaves gemidos de su niña, y sabía que tarde o temprano esos gemidos casi susurrantes se convertirían en gritos capaces de levantar a los muertos.
Estimuló su clítoris con la lengua, y mientras, los pezones con las manos. Pronto ella se abalanzaría sobre él, lo notaba en la lengua, en el calor de su sexo, en la humedad.

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